Recuerdo cómo te comiste
aquella mora de gominola.
La cogiste entre tus dedos,
con decisión,
como quien sabe lo que quiere
y lo hace sin preguntar.
La miraste con deseo,
-algo parecido me pasa a mi,
cuando te observo-,
lentamente,
la chupaste despacio,
pero con ganas,
como comer helado en verano.
Tus dedos se metieron en la boca,
acompañándola,
te relamiste,
los sacaste con delicadeza,
y los volviste a chupar.
Me miraste
con ojos de niña traviesa,
te sonreí,
cogí otra mora de gominola,
la acerqué a tus labios,
sacaste la lengua,
aún no,
más despacio,
ahora,
mis dedos se fueron con ellos,
me los devolviste rojos,
al igual que tus labios,
que todos manchados
los besé apasionadamente,
una y otra vez,
la mora sabía a ti,
y aún así,
tú estabas más dulce.
Mis dedos seguían manchados,
no te me ibas de las manos,
decidiste quedarte,
y entre las sábanas de mi cama,
nos relamimos,
y seguimos manchándonos,
hasta que mis dedos se limpiaron,
pero mi lengua,
cambio de táctica,
y empezó a comerte a ti,
tus labios también exploraron
nuevos territorios.
Y viajamos,
y caminamos por todo el planeta,
sólo,
si mi universo eres tú,
y mi galaxia tú cuerpo entero.
Te quiero princesa.
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