Difuminada,
difusa,
poco clara.
Así es como te encontré,
aquel día,
tirada en el suelo
de cualquier parque,
cubierta de barro,
y con un montón
de hojas cubriéndote
por encima.
Te observé atentamente,
preguntándome,
por dónde narices
descansabas o comías,
ya que nunca te ví hacerlo.
El tren está llegando a la estación,
tu pelo se mueve rápido,
te despeinas,
tus manos corren al rescate
para volver a peinarlo.
Instantánea,
como el café de cada mañana,
que humeante,
te observo beberlo,
y a besos,
te quito la espumita,
que se pierde
en la comisura de tus labios,
valiente,
que se aventura por terrenos,
ya,
no tan desconocidos.
El ruido aumenta,
tu cara lo expresa todo,
y te conviertes en dos ojos,
que,
muy expresivos,
me cuentan tus secretos,
sin parpadear.
Rayamos bancos,
nos besamos en cada farola,
impregnamos Madrid
con nuestra saliva,
y nos echaron
de todos los parques
y baños,
por escándalo público.
Nunca,
un animal racional,
se convirtió en irracional,
en tan poco tiempo.
Incapaz de enjaularte,
aunque tampoco quería,
me conformo con verte libre,
corriendo de un lado para otro.
Ella ruge,
maúlla,
araña.
Ella no tiene miedo,
no se espanta,
ni tampoco tiembla,
si no es de placer.
Ella es valiente,
poderosa,
imbatible.
Ella no se rinde,
lucha,
hasta cuando no puede más,
y es ahí,
cuando más me gusta,
cuando me enamora,
cuando a veces,
le da por bajar del cielo,
y caminar tocando el suelo,
como el resto de los mortales.
Es ahí,
cuando se muestra,
se deja ver,
la toco
y ronronea.
Sonríe,
es feliz.
Sonrío,
no puedo parar de mirarte.
Te quiero princesa.
6 de febrero de 2019
Comentarios
Publicar un comentario