Una lluvia fina pero espesa cubre Madrid,
ha pasado más de un año desde que no paseo por estas calles,
pero las recuerdo tan reales como la última vez.
Por un momento pensé que te había perdido,
mis lágrimas se mezclaron con las sábanas arrugadas
de mi cama, por las que acostumbraba a deambular cada noche
durante estas últimas semanas.
Mis inseguridades aprendieron a hablar con mis miedos
y establecieron diálogos,
pactos de negociación,
por los cuales,
unos se comían a las otras,
y al final todos acabábamos endebles
pero hundidos en esta batalla de sobrevivir
a estos silencios,
a estas esperas,
a estas angustias por no verte,
por no poder decirte cómo me siento,
y abrazarme para que me consolarás.
Eso no llego,
me marche de Madrid para ir a Barcelona,
para cambiar de aires,
caminar por sus calles,
tomar el sol desnuda en Sitges,
andar mucho y dormir mucho,
fue la receta perfecta para intentar calmar
este dolor que no se me iba de mi pecho.
La vuelta fue aún peor,
no calmaste mi herida,
ni si quiera la curaste,
y tuve que aprender a hacerme bola,
en el más oscuro de mis escondrijos,
y yo sola curarme mis propias heridas,
me pasé días y noches lamiéndome,
aunque eso no paraba de sangrar y de sangrar,
hasta que derrotada,
me sumí en un sueño en el que sólo tú
podías despertarme.
Yo, sólo quería a tus brazos rodeándome
y dándome calor,
yo temblaba y gimoteaba
como un perro que es abandonado en una gasolinera
y de verdad piensa que van a volver a por él,
aunque hayan pasado días y nadie regrese.
Eso me paso a mí,
mi esperanza se fue disipando
al compás del paso del tiempo,
hasta que llego el día en el que regresaste.
El encuentro pintaba mal,
pero yo no tenía más ganas de luchar,
ni mucho menos,
me quedaban energías para ello.
Me tumbé a tu lado,
y sólo te pedí que me abrazarás,
en verdad sólo quería eso,
desde el principio,
tal vez no te diste cuenta de ello,
Me envolviste en un abrazo
en el que mi respiración
volvió a acompasar los latidos
de tu corazón, y te volví a sentir a mi lado,
a las dos, juntas, otra vez.
El sofá se nos quedaba pequeño,
y llevar a la persona que me había hecho
tanto daño, a que me curase,
al sitio donde tanto había sufrido,
me parecía una bonita metáfora,
y un giro de los acontecimientos
bastante irónico.
Nos tumbamos lo más cerca que pudimos,
era incapaz de pronunciar palabra
por miedo a que te desvanecieras
en cualquier momento,
pero, afortunadamente,
no fue así,
te quedaste y permaneciste a mi lado,
y en ese momento,
sentí, que dejaba de andar sobre cristales,
y empecé a nadar en una piscina de agua caliente.
Mis manos volvieron a recorrer tu cuerpo
con la misma delicadeza con la que siempre
lo habían hecho,
era increíble cómo recordaba cada pliegue,
arruga, y relieve de tu piel.
Tu sonrisa fue el jabón a mis heridas,
y este perro abandonado dejo de temblar,
ya no sentía frío,
estábamos en agosto,
y aunque hacía calor,
te quería sentir lo más cerca de mí.
Mi lengua siguió a mis dedos,
que anteriormente habían comprobado
que no había peligro a la vista,
así pues,
moje tu tripa,
tu cuello,
y descendí
por tu boca y pezones,
ahí se quedó,
escuchando como tu respiración se aceleraba,
como oía tus palabras salir
diciéndome que eso te encantaba
y que nunca habías estado tan excitada.
En ese momento,
supe que le había ganado la batalla a mis miedos,
o mejor dicho,
que gracias a ellos,
había resistido,
aguantado, `
persistido a
todas y cada de las inseguridades
que yo misma me había puesto por delante
para torturarme
cada día y cada noche.
No nos engañemos,
mi novia sólo lanzó la bomba,
pero yo no supe cogerla y apagarla,
y creo que por eso,
durante días,
corrí por campos incendiados,
nadé por pantanos encharcados en lodos
que me ahogaban,
paseé por precipicios con muy buenas vistas.
La mente es el peor enemigo que podemos
tener, porque nunca cesa, nunca descansa,
y siempre nos acompaña
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