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Monte de Venus

Tu lunar en Venus
me indicó,
que existían
nuevos continentes,
y más aún,
que existía vida
fuera de este planeta.

Tus otros tres lunares
acumulados,
hacianados
en la trinchera
de tu hombro derecho,
me mostraron que,
todo lo bueno,
a veces viene junto.

No pude contemplarte
mucho más tiempo:
la luz que emanaba
tu sonrisa,
era como acercarse
al sol o al fuego,
que todo iluminaba,
pero a la vez,
todo quema.

Afortunadamente,
eso,
no sucedió.

Apagaste la luz de tu habitación,
y como si fuera Navidad,
la oscuridad se lleno
de luces azules
encerradas,
en una botella de vino vacía.

No me permitiste besar tus labios,
pero eso no significaba
no poder hacerlo
en el resto de tu cuerpo.

Tus firmes abdominales
eran las cataratas
que me dirigían
a lo inexclutable,
inexplorado,
el único recoveco,
que me faltaba por besar
del resto tu cuerpo.

No sucedió,
no paso,
la misión de espeleología
se canceló
en el último momento:
¿mal tiempo
o cambio de planes?

Podríamos valorar
la última opción,
pero tumbarme a tu lado,
acariciando las curvas
que formaban tus suaves
y apretados glúteos,
era lo mejor
que me podías
haber propuesto.

Nunca ante mi,
se había dispuesto tal espectáculo,
tocar o acariciar tu piel
de miel,
fue como amasar pan,
mancharte las manos de harina,
y relamerte los dedos después.

No volvimos a quedar.

Y, como cualquier búsqueda,
aplicaste los filtros oportunos,
según tus intenciones
y/o necesidades.

Resultado:
las palabras romántica
y sensible,
no estaban en tu lista.

Lástima!

27.07.19.

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