Tu cama huele a ti,
no a mi,
sino a tus besos en mis labios,
tu lengua en mi piel,
o tus dedos sobre mí,
entera,
tan mojada y tan húmeda,
que las cascadas del Niágara
nos cogieron envidia,
y el Nilo se secó,
porque toda su agua absorbimos,
cuando se trató de besarte,
y no dejarte,
ni las migas,
ni el rastro de vuelta a casa.
Me he perdido en el camino
que hay,
entre tu boca y tus piernas,
hago siempre la misma parada,
y ahí me pierdo.
Y no me encuentro,
y no te encuentro,
no quiero encontrarte
si hacerlo,
consiste,
en dejar de sentir la lluvia
en tus ojos,
o el amanecer en tu piel.
No quiero mostrarte ruinas,
o edificios abandonados.
Quiero coger cada ladrillo,
y construirte a ti,
con mis propias manos,
y en vez de cemento,
de saliva y besos,
te haré las paredes,
y el tejado no existirá:
Porque te dejo libre
mi reina,
dueña
y capitana de mi castillo.
Que el sol te despierte
cada mañana,
y la nieve empape tus huesos,
si es que deseas dormir mojada.
Te dejo libre:
ahí tienes la puerta,
puedes utilizarla como salida
o como colchón,
yo me quedo con la segunda opción,
y la cierro todas las noches,
si duermo contigo,
y no es por perder perspectiva,
pero,
el mundo se dispone a un lado
de la madera,
y mi mundo,
el que realmente me importa,
al otro.
Ya he elegido
mi lado de la puerta:
me quedo contigo.
Te quiero princesa.
11/01/19
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