Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2019

Maravillas a las 5

Quererte no es echarte de menos cuando no estás. Quererte es cerrar los ojos cuando estás conmigo, pedirte, abrirlos, y cumplirte. Quererte es no parar de sonreír cuando te miro, porque ya no puedo evitar no hacerlo, pero me gusta que sea así. Quererte es comer chocolate, o besarte los labios, que al fin y al cabo, vienen siendo lo mismo, porque son lo más dulce que he probado nunca, y no me canso, y repito, y vuelvo a hacerlo, y así, todo el rato, a cada segundo te saboreo, y me quedo enganchada, impregnada de todo tú, cuando aterrizó sobre tus pétalos, y mis alas, se abren ante tí, y tú me dejas hacer. No lo sabes, pero no puedo evitar regresar a ti, constantemente, continuamente. No paras de decirme, que no sabes que qué he hecho contigo, algo similar me pregunto yo, cuando te miro desde abajo, y contempló tal maravilla, las mejores vistas de mi vida. Entonces sonrío, me relamo los labi...

Puertas que se abren

Tu cama huele a ti, no a mi, sino a tus besos en mis labios, tu lengua en mi piel, o tus dedos sobre mí, entera, tan mojada y tan húmeda, que las cascadas del Niágara nos cogieron envidia, y el Nilo se secó, porque toda su agua absorbimos, cuando se trató de besarte, y no dejarte, ni las migas, ni el rastro de vuelta a casa. Me he perdido en el camino que hay, entre tu boca y tus piernas, hago siempre la misma parada, y ahí me pierdo. Y no me encuentro, y no te encuentro, no quiero encontrarte si hacerlo, consiste, en dejar de sentir la lluvia en tus ojos, o el amanecer en tu piel. No quiero mostrarte ruinas, o edificios abandonados. Quiero coger cada ladrillo, y construirte a ti, con mis propias manos, y en vez de cemento, de saliva y besos, te haré las paredes, y el tejado no existirá: Porque te dejo libre mi reina, dueña y capitana de mi castillo. Que el sol te despierte cada mañana, y la n...

Los globos no tienen por qué explotar

Aún estás aquí, estática, indeble, inmóvil al sufrimiento o al paso del tiempo. Aún sigues aquí, tan pura y tan auténtica. Me acuerdo aquella vez cuando me advertiste que nunca nadie había conseguido domarte, como si de un caballo salvaje te tratases. Sonreí, y te acaricié la mejilla, despacio, intentando tocarte pero a la vez sin sentirte. Me miraste con ojos tímidos, pero a la vez lascivos, como pidiendo a gritos que te comiese entera, pero con ternura. Te contemplé, observé, admiré, y te contesté: ¿Por qué iba a querer domarte si me he enamorado precisamente de tu locura? Por un momento noté que nuestros corazones se sincronizaban, respirando, aliviados de sentimiento. Tus labios besaron los míos, y nuestras lenguas se enradaron como lianas, recorriendo nuestros brazos, saltando de árbol en árbol, en nuestra propia selva privada. Te prometo que el mundo se para, que todo deja de tener sent...